Virreinato
Conquista del
Perú (1532-1572)
El 16 de noviembre de 1532, el triunfador de
la guerra de sucesión incaica, Atahualpa,
se encontró con los españoles en la plaza de Cajamarca.
Pizarro le había invitado para entrevistarse con él, pero ello no era sino un
argucia para tenderle una emboscada. Atahualpa
todavía no se había coronado como Inca, hallándose precisamente en camino al
Cuzco, donde planeaba ceñirse la mascapaicha o borla imperial. Previamente, había
ordenado la matanza de los nobles u orejones cuzqueños afines a Huáscar, tarea
que cumplieron sus generales quiteños Rumiñahui, Challcuchimac y Quisquis.
Los españoles, con
ayuda de los grupos étnicos opuestos a la dominación cusqueña o simplemente
opuestos a que Atahualpa fuera el gobernante en lugar de Huáscar, se apostaron
de manera estratégica por toda la plaza de Cajamarca. Así, entró Atahualpa,
llevado en andas, seguido por el curaca de Chincha, también en andas debido a
su importante condición como aliado del imperio, con su enorme séquito y
algunos guerreros, mientras que el grueso del ejército se quedó en las afueras
de la ciudad. El sacerdote dominico Vicente de Valverde fue el portavoz de los españoles, que
demandaron al Inca que se sometiera a la voluntad del Rey de España y se
convirtiera al cristianismo, siguiendo la fórmula del Requerimiento. El diálogo
que siguió ha sido narrado de forma diferente por los testigos. Según algunos cronistas,
la reacción del Inca fue de sorpresa, curiosidad, indignación y desdén.
Atahualpa exigió más precisiones, por lo que recibió de manos de Valverde un
breviario, al que revisó minuciosamente. Al no encontrarle significado alguno,
el Inca lo tiró al suelo. A una señal, los españoles atacaron al Inca y a su
séquito, matando a centenares de indígenas. Tras
esta matanza de Cajamarca, Atahualpa fue puesto
en prisión, donde ofreció llenar una sala con objetos de oro y dos con objetos
de plata, a cambio de su libertad, lo que los españoles, codiciosos, aceptaron.
En 1533, los
españoles, desconociendo la promesa de libertad que habían hecho a Atahualpa,
lo sometieron a juicio, acusándolo de idolatría, poligamia, incesto, de haber
asesinado a su hermano Huáscar y de tramar la muerte de los españoles. De la
manera más arbitraria, el Inca fue condenado a la pena de estrangulamiento, que
se cumplió en la noche del 26 de julio de 1533, en la plaza de Cajamarca, hecho que constituyó un detestable
crimen que la misma corona española habría de condenar.
Los españoles y sus aliados indígenas
recorrieron el imperio hacia el sur, utilizando los magníficos caminos
incaicos, siendo recibidos entusiastamente por los huancas en la ciudad de
Jatun Xauxa (Jauja).
Tras enfrentarse con éxito a las tropas atahualpistas, arribaron al Cuzco el 14
de noviembre de 1533, ciudad a la que sometieron al pillaje. Luego impusieron a Manco Inca (hijo de Huayna Cápac y uno de los
pocos sobrevivientes de la matanza perpetrada por los atahualpistas) como nuevo
gobernante de un imperio ya desmembrado. Esta
inicial alianza de Manco Inca y otros nobles cusqueños con los españoles, se
entiende debido a que, probablemente, creyeron que estos eran un grupo étnico
más llegado desde tierras lejanas y que a la larga los podrían someter cuando
ya no los necesitaran. Esta élite no tenía forma de saber que a la larga el
juego de favores con estos primeros invasores se les escaparía de las manos con
la llegada de más españoles, por la desconfianza que se originaría entre ellos
y de su falta de unión frente a una fuerza extranjera.
Efectivamente, Manco
Inca no tardó en enfrentarse a los españoles al darse cuenta de la verdadera
entraña de estos invasores, muy ávidos de metales preciosos e inclinados a
cometer villanías y a faltar la palabra empeñada. Así, en 1536 puso sitio al
Cuzco, cercando a un grupo de españoles y sus aliados indígenas, y a la vez
envió parte de su ejército, al mando de Titu Yupanqui, a sitiar la
recientemente fundada población española de Lima, además de enviar una
expedición "de castigo" contra los huancas por su
"traición" al imperio. Tras meses de asedio, los españoles y sus
aliados rompieron el cerco del Cuzco y tras tomar la fortaleza o templo de Saqsayhuamán recuperaron el control de la ciudad.
Los ejércitos del inca que atacaban Lima, también se desbandaron (1538).
De todos modos, la rebelión de Manco Inca
constituyó una verdadera guerra de reconquista incaica, en la que perecieron
unos dos mil españoles y muchos miles de indígenas de uno y otro bando, lo que
prueba fehacientemente que la conquista española no había finalizado en
Cajamarca en 1533. Hasta mediados del siglo XX, era tópico común sostener que
los españoles, pese a su inferioridad numérica, habían triunfado gracias a su
superioridad técnica, al uso de las armas de hierro y de los caballos o por el
auxilio divino, pero este mito fue desmontado por el historiador peruano Juan José
Vega, quien resaltó el
importante papel cumplido por las etnias dominadas por los incas, como los huancas,
los chachapoyas, los cañaris,
quienes apoyaron en masa a los conquistadores españoles, siendo en realidad los
verdaderos artífices de la victoria española.
Al perder su
autoridad y su imperio, Manco Inca se retiró a su reducto de Vilcabamba,
en las selvas al norte del Cuzco. Allí, él y sus descendientes, conocidos como los incas de Vilcabamba, resistieron hasta
1572, año en que el último de ellos, Túpac Amaru I,
fue finalmente capturado y trasladado al Cuzco, donde fue ejecutado.
Catástrofe demográfica
Sin embargo, el
acontecimiento más importante de estos años es la dramática disminución de la
población que se registró en los Andes Centrales. Durante los años de la
Conquista y los primeros del régimen colonial, grandes epidemias (enfermedades
traídas por los europeos para los que los andinos no tenían defensas naturales)
asolaron la población de los Andes. Se cree que el mismo Huayna Cápac (y su
primer heredero nombrado, Ninan Cuyuchi,
cuya imprevista muerte habría desatado la guerra civil incaica) murieron de viruela.
De hecho, los cronistas de la conquista (Cieza de León,
por ejemplo, en su recorrido por la costa peruana) registran testimonios de un
masivo despoblamiento de los territorios andinos. Algunos cálculos sugieren que la población andina
habría sido de 9 millones antes de la invasión europea y que 100 años después
sólo era de 600 mil habitantes. A ello habría contribuido también una baja en
la tasa de natalidad producto de los profundos cambios sociales que
caracterizaron la etapa siguiente.
El Perú
virreinal y el ciclo de la plata
Las guerras civiles entre los conquistadores
Por las
Capitulaciones de Toledo, que Pizarro había firmado con la corona española en
1529 se establecía que este podía gobernar en nombre del Rey todas las tierras
al sur (hasta 250 leguas) de Tumbes.
Posteriormente, el otro líder conquistador, Diego de
Almagro, obtendría el mismo estatus en los territorios al sur de la
gobernación de Pizarro. Sin embargo, el límite estaba cerca del Cuzco, lo que
hizo que uno y otro bando reclamaran la posesión de la capital del Imperio
incaico. Ello fue el inicio en 1538de una larga etapa de
luchas intestinas entre los conquistadores, donde no sólo se disputaron
territorios sino derechos (encomiendas) y privilegios, a veces sólo entre
ellos, a veces contra la corona.
Se dividen estas guerras
civiles entre los conquistadores en
cuatro grandes bloques:
·
La
guerra entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro el Viejo (1537-1538), que
culminó con la victoria pizarrista en la batalla de las Salinas.
·
La
guerra entre Diego de Almagro el Mozo y Cristóbal Vaca de Castro (1541-1542), que culminó con el
triunfo de los pizarristas y partidarios del Rey unidos contra los almagristas,
en la Batalla de
Chupas.
·
Las
guerras de Gonzalo
Pizarro (1544-1548),
que se alzó contra la corona española encabezando a los encomenderos, siendo
finalmente derrotado. Conocida también como la Gran Rebelión, se subdivide en
tres guerras:
·
La guerra de Quito (contra el Virrey Blasco Núñez Vela).
·
La guerra de Huarina (contra Diego Centeno).
·
La guerra de Jaquijahuana (contra Pedro de la
Gasca).
·
La
guerra de Francisco Hernández Girón (1553-1554), otro líder de
encomenderos que finalmente fue derrotado en la batalla de Pucará.
Las dos primeras
fases se pueden resumir como una disputa entre los bandos de almagristas y
pizarristas, estos últimos alineados finalmente en torno al representante de la
Corona, el visitador Vaca de Castro. Mientras que las dos fases siguientes se
definen claramente como la rebelión de los encomenderos en contra de la Corona
española, motivada por algunas leyes u ordenanzas que iban contra sus
intereses: en el caso de la rebelión de Gonzalo Pizarro, por la supresión de
las encomiendas hereditarias, y en el caso de la de Francisco Hernández Girón,
por la supresión del trabajo personal de los indios, entre otras razones.
La Corona española
finalmente impuso su autoridad, estableciendo que el Perú sería un Virreinato
del imperio español. Así se estableció una corte en Lima, la ciudad fundada
por Pizarro en la costa central del Perú, donde una serie de 40 virreyes gobernaron
ininterrumpidamente buena parte de Sudamérica entre 1544 y 1824. A partir del
último tercio del siglo XVIII se fueron creando nuevos virreinatos con
territorios escindidos del virreinato peruano (Virreinato de Nueva Granada y Virreinato del Río de la Plata).
El orden virreinal
La sociedad virreinal era conservadora y
clasista. Los hijos de españoles nacidos en América (los criollos)
tenían en un principio menor estatus que los propios españoles, y estaban impedidos
de acceder a los más altos cargos. Debajo de ellos, en la escala social,
estaban los indígenas y los mestizos. Sólo los curacas andinos conservaron parte de sus
antiguos privilegios y merecieron instituciones especiales como escuelas para
hijos de nobles. Se importaron esclavos de África ecuatorial y fueron colocados
en el último escalón de la sociedad.
Algunas instituciones
incas fueron mantenidas pero corrompidas en perjuicio de la población andina.
La mita, por ejemplo, se usó
de excusa para el reclutamiento sin retribución de personal para el trabajo en
las minas y las haciendas. Pero no fueron los únicos problemas de los andinos:
Durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo (1569-1581) se hizo reorganizaciones
forzosas de las comunidades andinas en pueblos llamados reducciones de indios.
Además la religión católica fue impuesta a la población andina en medio de una
agresiva evangelización caracterizada por la destrucción sistemática de
santuarios y símbolos religiosos (Extirpación de idolatrías).
El mercantilismo imperaba y el libre comercio no fue
permitido sino hasta mediados del siglo XVIII,
lo que no impidió la existencia del contrabando de manera abundante. El centro
comercial por excelencia era la aduana del Callao,
puerto de Lima, desde donde se enviaba a España (vía Panamá) la plata extraída
de las minas de plata de Potosí.
De hecho fue la extracción de metales la actividad económica más lucrativa de
la economía colonial pero fueron importantes también la agricultura (en grandes
heredades controladas por ricas familias y órdenes religiosas) y la industria
textil (obrajes).
Desde los tiempos de
los conquistadores se fundaron nuevas ciudades algunas de las cuales alcanzaron
un gran esplendor registrado en la riqueza de sus templos, como Arequipa,
Huamanga (Ayacucho), Huancavelica, Trujillo, Zaña y las refundadas ciudades incas de Cuzco y Cajamarca.
El siglo XVIII
En el siglo XVIII, se liberalizó parcialmente
la economía. Al abrirse todos los puertos sudamericanos al libre comercio, Lima
perdió parte de su poder económico y sus clases dirigentes entraron en franca decadencia.
Como en tiempos de
los incas, hubo diferentes insurrecciones contra el poder establecido. Las
grandes insurrecciones de Juan Santos Atahualpa en la selva central (1742–1756), la
del curaca José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru
II, en 1780 y la continuación de esta por Túpac Katari en el Alto Perú
desestabilizaron el orden colonial y determinaron severísimas represiones de
parte de las autoridades. Es entonces cuando el virreinato empieza a
militarizarse y los virreyes se preparan para afrontar los tiempos turbulentos
de la independencia.
De las Cortes de Cádiz a la Emancipación
En 1810 y tras la
invasión y usurpación del trono de España por parte de Napoleón Bonaparte, las colonias americanas
establecieron juntas de gobierno, leales a la monarquía, que a la larga no
fueron sino el primer paso a la independencia, debido al cambio político al
régimen liberal en España.
Sin embargo en el Perú, el poderoso virrey José Fernando de Abascal deshizo uno por uno los intentos
independentistas que iban surgiendo en el territorio de su virreinato:
·
La primera revuelta de Tacna encabezada por Francisco Antonio de Zela.
·
La segunda revuelta de Tacna encabezada por Enrique Paillardelli y Julián Peñaranda.
·
La rebelión indígena de Huánuco (1812), en alianza con criollos y
mestizos, entre los que se hallaba Juan José Crespo y Castillo.
·
La rebelión del Cuzco de 1814, que encabezaron los hermanos
Angulo y el brigadier Mateo
Pumacahua, entre otros, que fue vasto movimiento independentista que
sacudió todo el sur del virreinato peruano.
Abascal también frenó
las tres expediciones enviadas por la Junta de Gobierno de Buenos Aires a través del Alto Perú.
Pero hizo mucho más, pues desde Lima dirigió con éxito la contrarrevolución
sobre los movimientos juntistas surgidos en Chile y Quito. El Virreinato del
Perú se convirtió así en el bastión del poderío español en Sudamérica y fue
necesario que confluyeran allí las dos corrientes libertadoras surgidas en los
extremos del continente, la del Norte (encabezada por el venezolano Bolívar)
y la del Sur (encabezada por el rioplatense José de San Martín).
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